NO BASTA CON ENFRENTAR AL ENEMIGO, AL ENEMIGO AHY QUE VENCERLO TAMBIEN. San Ignacio de Loyola
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Para impulsar una nueva evangelización, avivar y renovar la vida de nuestras comunidades —diócesis y parroquias— y promover la evangelización misionera, es preciso que se reconozca efectivamente la dignidad y responsabilidad de los laicos y se promueva su participación en la Iglesia y en la sociedad civil35 . Los propios laicos han de tomar conciencia de la gloria y de la cruz de la dignidad derivada del bautismo por el que son hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo, y han de asumir el compromiso de participar en la vida y misión de la Iglesia como miembros corresponsables según su peculiar dimensión secular Para impulsar una nueva evangelización, avivar y renovar la vida de nuestras comunidades —diócesis y parroquias— y promover la evangelización misionera, es preciso que se reconozca efectivamente la dignidad y responsabilidad de los laicos y se promueva su participación en la Iglesia y en la sociedad civil35 . Los propios laicos han de tomar conciencia de la gloria y de la cruz de la dignidad derivada del bautismo por el que son hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo, y han de asumir el compromiso de participar en la vida y misión de la Iglesia como miembros corresponsables según su peculiar dimensión secular
La participación de los laicos en la vida de la comunidad eclesial y su acción evangelizadora en la sociedad civil no son responsabilidades paralelas y acciones separables ni contrapuestas33. La formación de los laicos debe contribuir a una espiritualidad laical: a la unidad de vida, a una vida según el espíritu en el mundo. Las asociaciones de laicos son a un tiempo realizaciones de la Iglesia, comunidades evangelizadas y evangelizadoras.
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"Si los límites son trasgredidos, existe un serio riesgo de que la dignidad única y la inviolabilidad de la vida humana sean subordinadas a consideraciones puramente utilitarias. Pero si en vez de ello esos límites son debidamente respetados, la ciencia puede hacer especiales contribuciones a la promoción y salvaguarda de la dignidad del hombre: de hecho, en este reside su verdadera utilidad".
SS Benedicto XVI
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MOTU PROPIO, ANUNCIANDO EL AÑO DE LA FE SS Benedicto XVI
1. «La puerta de la
fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de
comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para
nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón
se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone
emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a
Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida
eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu
Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad
–Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor
(cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de
los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el
misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que
guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del
Señor.
2. Desde el comienzo de mi
ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el
camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el
entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de
inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus
pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del
desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de
Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se
preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su
compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto
obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal,
sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un
tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de
la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en
vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta
a muchas personas.
3. No podemos dejar que la
sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también
el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para
escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de
su fuente (cf. Jn4, 14).
Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios,
transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como
sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de
Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que
perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn6, 27).
La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para
nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús:
«La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por
tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
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Dios llama, nosotros respondemos. Este
patrón esencial, fundamental en la vida de todo creyente, aparece en toda la
historia de la salvación. El Padre llama a un pueblo escogido, a patriarcas y a
profetas. Jesús llama a sus apóstoles y discípulos. El Señor Resucitado llama a
todos a trabajar en su viña, es decir, en un mundo que debe ser transformado en
vista del advenimiento final del Reino de Dios; y el Espíritu Santo faculta a
todos con los diversos dones y ministerios para construir el Cuerpo de Cristo. El
llamado básico es igual para todos los seguidores de Cristo, a saber, “que todos
los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida
cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que
promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano”. 1 Esta creencia fundamental,
anunciada en forma urgente por el Concilio Vaticano II, continúa siendo
expresada no sólo por la doctrina de la Iglesia sino también, en formas
diversas, por las vidas de los fieles cristianos. Ya que el llamado a la
santidad es “una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia”. 2 En este aspecto,
el Concilio también enseñó que “una misma es la santidad que cultivan, en
cualquier clase de vida y profesión, los que son guiados por el espíritu de Dios.
. . . Según eso, cada uno, según los propios dones y las gracias recibidas,
debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que anima la esperanza
y obra por la caridad”. 3 El llamado a los fieles laicos Mujeres y hombres
laicos oyen y responden al llamado universal a la santidad, principal y
singularmente en el ámbito secular. Se les encuentra “en todas y en cada una de
las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la
vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Aquí, están
llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico,
de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación
del mundo”.
CONFERENCIA EPISCOPAL DE LOS ESTADOS UNIDOS.
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A los 32 años del sensible fallecimiento del Dr. Valentín Arenas Armiñán
El 16 de septiembre de de 1979 dejó de existir fisicamente Don Valentín, pero su obra persiste en los corazones de los cubanos y no cubanos que amamos a Jesucristo y a su Iglesia; aquí comparto con Uds. unas cuantas palabras y breve reseña de la vida de nuestro fundador, para los que como yo le seguimos como líder evangelizador de un pueblo deseoso de encontrar a Jesucristo, les invito que conozc su tierra natalan un poco de este insigne patriota, humilde católico y ferviente viñador del Señor. Nace en la Purísima Concepción de Sagua la grande república de Cuba el 15 de Diciembre de 1895. Previa a una entrevista que tendría con SS el Papa Benedicto XV, visita varios países del centro de Europa y queda impresionado al ver hombres unidos en asociaciones trabajando por la Iglesia, tal es así que se lo comenta a SS y le pide su bendición para este apostolado que iniciará en Cuba. Entusiasmado y con la ayuda del sacerdote jesuita Esteban Rivas logra fundar la Asociación de Caballeros Católicos de Sagua la grande con 75 hombres el 24 de febrero de 1926, que posteriormente, el 4 de enero de 1929 se convierte en la ACC de Cuba con 400 miembros. Su primera labor fue crear los denominados circulos campesinos, donde se catequizaba a toda una población completa, llevandolos hasta la Iglesia y tomaran todos los sacramenteos. El exatraordinario despliegue que los CC hicieron en catequización a nivel nacional, les permitiría que la Jerarquía de la Isla los nombrara la Rama A de la Acción Católica. Aquí en el exilio los hombres que traían ese fuego y vervor evangelizador los obliga a reunirse y formar la ACC del Mundo el 21 de Febrero de 1971, abriendo las puesrtas a todos aquellos que no habian nacido en la Isla amada, en palabras de la historiadora Esperanza Puran y cito "...apertura a los hombres de cualquier clase y condición social...con iguales deberes y derechos, todas las razas, todas las fortunas, todos los estados, todas las escalas de vida social u todos los grandes ideales...", bajo esta perspectiva la ACC de Sagua la grande, luego ACC de Cuba, en Miami ACC del mundo y ahora conocida como la Asociación de Caballeros Católicos. Todos son bienvenidos a participar de este ideal, invadir el mundo seglar con el amor de Jesucristo.
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